Llegó un día en el que me asombré yo misma por mi propia obra. Un extensísimo territorio de la ciudad, cuadras y cuadras, eran recorridas por una red de túneles que ni todo el complejo de subtes llegaba a abarcar. Al principio se trataba más bien de una pequeña interconexión de hoyos dentro de los límites de mi barrio, pero a medida que fui creciendo y mi radio de desplazamientos fue mayor (el trabajo, amigos de otros lados, trámites, paseos, ¡sobre todo los paseos!) de a poquito se fue construyendo este monstruo subterráneo que, me atrevo a decir, hice sin querer. Porque así como me ven, ya crecida y con una adolescencia que quedó a varios kilómetros en la línea del tiempo, todavía me meto en situaciones a las que vaya a saber una quién me manda y, por sobre todas las cosas, sigo sin poder salir de ellas con dignidad y-barra-o elegancia. De manera que sigo viéndome obligada a cavar estos pocitos en el piso que me permiten desaparecer y aparecer a diez cuadras de distancia mínimo, en un barrio distinto en lo posible. Porque no alcanza con hacer un pozo y quedarse ahí, esperando, porque claro, cualquiera se acercaría a mirar desde arriba, y eso sí que sería un papelón de aquellos.
Jamás me propuse hacer un túnel. Como quien dice, las distintas situaciones de la vida me fueron llevando. Podría decirse que es a mi cobardía y a mi timidez a quienes debo todos los agradecimientos. No puedo decir que los hice para escapar, nunca escapo ni esquivo situación, salvo aquellas que me hacen sentir cobarde o tímida como dije antes, y que son la mayoría. Todos se preguntan de qué me escapo. Me escapo de eso, de todos. Y si estoy caminando por Palermo y no me siento cómoda porque alguien me miró raro, me meto al túnel y aparezco en Caballito. Y si estoy en Caballito y justo me cruzo con esa persona que me intimida y me acobarda, me meto al túnel y salgo en el obelisco.
Comparto mis túneles con muy poca gente, cada día con más, es que parece que hay muchos que quieren escapar. A veces me pongo a pensar si un día no vamos a vivir todos en los túneles y el cobarde va a ser el que viva en la superficie. En mi sueño de mundo subterráneo nos acomodamos físicamente a la situación, y nuestro cuerpo se parece cada vez más al de una rata, pero una rata humana. Me gusta la fantasía de ratas humanas, pero es una fantasía nada más.
Ahora es tiempo de que cuente como es que comencé a cavar , nunca pensé llegar tan lejos. Lo que empezó como un juego terminó en un laberinto bajo tierra. Pero primero lo primero. El primer pozo lo hice en mi jardín. Acababa de ver la película Indiana Jones, y un aire aventurero me invadió. Busqué esa pala que había visto una vez en el lavadero y que nunca nadie agarra, me fui al jardín y me puse a cavar buscando un tesoro, no sé, algún cadáver tal vez. Ahora me acuerdo y me río, qué imaginación. Estuve toda la tarde y no encontré nada. Pero a la noche cuando me fui a dormir se me ocurrió que podía darle una sorpresa a mi vecino y que al día siguiente iba a hacer un túnel hasta su casa. Y así fue, no puedo explicar su expresión cuando me vio salir llena de barro de un pozo de su casa, él que se las daba de valiente, tenía una cara de pánico que no puedo olvidar. Eso me hizo pensar que nadie se espera la llegada de un invitado desde el suelo del jardín. Así que quise visitar a mi tía que vivía a quince cuadras de mi casa y darle una sorpresa. Hice todos los preparativos para la expedición, una cosa es hacer un pozo de un jardín a otro pero algo muy distinto es abarcar quince cuadras de túnel. Busqué comida, agua, una linterna, un botiquín por las dudas, y empecé. Pero cuando ya había hecho cinco cuadras algo extraño me sucedió.
2 comentarios:
continuará ?
¡Muy buen cuento! Tiene todos los ingredientes para ser una buena historia por entregas.
Creeme cuando te digo que Stephen King te va a tener envidia.
Saludos
J.
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